2009/03/17

Las Revoluciones

Mi primer contacto con las revoluciones data de cuando me dejaron usar el viejo tocadiscos de la RCA Victor que había en casa. Un mueble hermoso que contenía del lado izquierdo un radio de tubos con un espectro amplio de bandas, y en el lado derecho un tocadiscos semiautomático que hacía sonar una pila de discos de 78 revoluciones por minuto, un par de 45 revoluciones y los revolucionarios 33 y medio. Los 45 eran uno de Gardel que tenía esa obra maestra de Discépolo: Chorra, y otro de Antonio Molina con ese pasodoble inolvidable: Adios España: "Tengo una copla morena hecha de brisa, de brisa y de sol /Cruzando la mar serena, con ella te digo adiós".

En la calle la gente tarareaba cosas en musiú. Yo me aprendía de memoria las canciones que me iban a permitir enamorar jevitas que nunca en su vida habían oido Fúlgida Luna (recopilada por el maestro Sojo) o Piénsalo Bien Mulata, Señora Tentación, Mujer, Noche de Veracruz (todas del "folklore larense"). Y de allí el salto a la canción científica (necesaria y suficiente, que decía Primera).

Desde esa época supe que revolucionar no era dar vueltas incansablemente alrededor de un eje, ni de un ajá, ni un épale, o cualquier otra interjección, siempre entonando la misma cancioncita: "Cuando llegue la Revolución, si es que llega...". La vaina es precisamente hacer peso para que llegue la Revolución, salirse de esa órbita, de esa inercia, de eso rieles, de esa rutina, y pasar de "hacer bien el trabajo" a hacer un trabajo revolucionario. Porque hacer bien el trabajo que perpetúa el modelo capitalista, y los valores pequeño-burgueses, es meterle un palo a la rueda de la Revolución.

Riesgos hay como arroz (¡épale Saman!) y lo más probable es que al principio de ese trabajo revolucionario, y como los versos aquellos del alambre finito para coser el culo, no nos quede bonito, pero nos queda seguro.

Con un alambre finito, que algo queda...

Manuel Brito