2009/12/24

Cuento hasta tres y llevo dos.

Un cuento hecho verso, y un verso que se hizo copla para que quedara en el alma popular (Tocayo Machado dixit) es el que Andrés Eloy le dedicó al Limonero del Señor: "En la Esquina de Miracielos agoniza la tradición...". El poeta nos plantea tres hipótesis sobre la destrucción del árbol milagroso, el primer reporte "cientifíco" venezolano sobre las propiedades terapéuticas del ácido ascórbico: i) golpe de sordo mercachifle. ii) competencia de doctor y iii) despecho de boticario. Es evidente que la tradición religiosa, que puede ser científicamente explicada para ir aligerando la carga (¡épale Alí!!), le dio paso a un proceso de urbanización, de mordernización. Mala cosa que se pierda la tradición. Buena cosa que la tradición que se pierda sea la de creer en milagros y metafísica.

Lo que si es cierto es que el poeta atribuye la desparición del limonero a un acto de envidia. Envidia de un mercachifle, de un doctor o de un boticario, pero envidia. Y por ese caminito de Guarenas, el de asociar a envida cualquier reclamo que se haga, es que se escapan los escapistas. Para ser envidiado hay que poseer una cualidad o una cantidad, que sea el objetivo de quien envidia. Partiendo de esa premisa, pocas veces se puede crear un juicio a la envidia cuando el reclamo lo hace un comunista (¡de manifiesto!!). Está de más decir que hay gente que cree ser envidiada, como si la deshonestidad fuese una cualidad suprema del ser humano... Tontos y gente que aplaude a tontos seguirán existiendo. No hay milagro que los ayude a dejar de serlo. Al fin y al cabo, por eso es que hay Revolución, cambio radical para despachar de este mundo a la indecencia disfrazada de virtud y las focas que los aplauden.

Concedo que el poeta no hubiese podido escribir sus memorables versos si existiese evidencia que quien tumbó el limonero fue un obrero de obras públicas montado en una pala mecánica, siguiendo instrucciones de algún ingeniero de catastro. La envidia como hipótesis dentro del poema está bien. Pero quiero insistir en que el mundo necesita deslastrarse de tradiciones que no dejan aprender a pensar, y de "tradicionalistas", que no están dispuestos a aflojar sus prebendas y privilegios.

Yo cuento hasta tres antes de tumbar un árbol milagroso. Llevo dos. Vladimir Acosta me dejó boquiabierto con su defensa de lo indefendible, cuando se puso a desparramar loas a la monjita catequista preferida de los muchachones y muchachonas del Altamira Ombligo's Club. Dice la sabiduría popular que si te preñan una vez (así sea de buenas intenciones) no es tu culpa, pero si te dejas preñar una segunda es tu responsabilidad. Ni que decir de una tercera. Que sirva esto de "te dije que te detente". Que el profesor Acosta, como orador de orden, se desparrame en loas a una extraña "revolucionaria" de extrañas costumbres "proletarias", que anda de centro en centro (fundados por ella para su exclusivo beneficio personal) y de foros en foro cada vez que le sale del foro, es una prueba irrefutable de que puede ver el pomo de vaselina en la mano de payaso Obama, pero es incapaz de ver el barril de vaselina en las manos de los payasos "progresistas" de todo cuño (de madre, ¡claro!).

¿Envidia? Si, seguramente. Envidio el tanto pujar para cagar aguao.

Milagroso Enterovioformo (marca registrada), que algo queda...

Manuel Brito