2009/07/31

Pizarro

Recuerdo haber leído sobre la condición de analfabeta de Francisco Pizarro en muchas oportunidades. Además de que se ganaba la vida como criador de cerdos en Extremadura, que no tiene nada de particular porque es una labor como cualquier otra. En Venezuela, durante la cuarta república los extremadamente cerdos eran considerados autoridades y eso si es problema. El detalle de que Pizarro firmaba documentos oficiales, que alguien escribía para él, haciendo uso de una plantilla, es una imagen que me quedó en memoria después de ver una película sobre la conquista del Imperio Inca.

Hombre ambicioso, conchudo, cara dura y sin duda muy ducho en "las artes" de la deshonestidad, según le decía con voz de cachicamo su curruña Almagro, toda su limitada capacidad intelectual la usaba para hacer valer su ambición. Ambición que esclavizó y destruyó a una de las civilizaciones más importantes de todos los tiempos. Por más fieles que pudiesen haber sido sus secretarios a los dictados de Panchito, toda su contribución a la literatura se limitó a su firma sobre la plantilla metálica que para él habían manufacturado.

El ejemplo de Pizarro, aunque parezca mentira, sigue marcando la pauta en mi país. Los de ahora saben firmar y medio saben escribir, aunque no saben mucho de lo que escriben. La deshonestidad es la misma. La desmedida ambición no la esconden. La hedentina a estiércol de cochino no la pueden tapar. Y tienen una plantillita metálica para refutar todo los argumentos que en su contra se esgrimen: Envidia.

¿Envidiar qué?

El tufito, que algo queda...

Manuel Brito