En el estado Zulia, hamaca de grandes revolucionarios pero igualmente cuna de rosas de reverendos hijos de puta, se dice: Al revolucionario bueno lo matan chiquito. No es mentira. La Revolución rodeada de enemigos por todas partes (por afuera y por adentro), aunque guiada por grandes sentimientos de amor (¡épale Ernesto!!) no es asunto de bondades, ni de pendejeras, ni de debilidades. Si te descuidas te matan, y te matan por la espalda. La Revolución, si, es verdad, se puede hacer con romaticismo y bondad. Un pequeñísimo detalle: romanticismo y bondad una vez que se tiene al enemigo de clase, al contrarrevolucionario, neutralizado y comiendo arena (o comiendo cal, que no todas son de arena) y con la pata en el pescuezo, sin posibilidad de seguir jodiendo. Porque si lo dejas, seguirá jodiendo...
Simón Bolívar decía que nos habían sometido más por la ignorancia que por la fuerza. Lo decía sin el eco de ultratumba que le ponen a la voz en la RNV de la cuarta adeco-copeyana, y que ahora le ponen a las rabo'e cochino de Chávez (porque definitivamente líneas no son, por ahora...). Y esa voz sin eco era precisamente la que retumbaba en la cabeza de algunos de nosotros en aquellos años en los que simplemente andar con un "Que Hacer" entre los libros era jugarle un quintico a la muerte. Ignorantes de quiénes eran los enemigos de clase e ignorantes de que dentro de los compas "progresistas" había el soplón que juega garrote, la juventud revolucionaria se protegía más de la fuerza de "los cuerpos de seguridad del Estado" (eufemismo) que de los sapos de "los grupos autónomos de base" (eufemismo). Grupos autónomos de base (de base burguesa, pequeño-burguesa y aspirantes, que son los peorcitos) cuyos mezquinos intereses de clase (y de vacaciones en la playita) se veían afectados por la acción violenta -respuesta inequívoca al Estado violento- de los "ultrosos", de los celepecos.
En 1982 un grupo de estudiantes universitarios revolucionarios fueron asesinados en Cantaura. Antes de eso, estudiantes fueron desaparecidos, torturados, perseguidos, vigilados... Hijos de pobres, hijos de obreros, hijos de campesinos. Padres cuyos clamores por el respeto a la vida de sus hijos nunca fueron oídos. Ese grupo de estudiantes de la clase popular, los últimos mohicanos que lograron colarse en el sistema de universidades que los "progresistas" fueron convirtiendo a pulso y a mezquindad en colegio de señoritas (¡tradición de abuelitas que llaman!!!) están a la espera de que se abran los expedientes. Ya sabemos quiénes son los asesinos. Ahora queremos saber quiénes eran los sapos. Por eso ponemos varas puyúas por todas partes.
Ellos vienen y se ensartan, que algo queda...
Manuel Brito