Cuando de turrón se habla, se tiene que hablar de Alicante. Y cuando los atorrantes pequeño-burgueses con ínfulas de filósofos hablan, provoca -sólo provoca- usar el alicate. Un atorrante escribiendo sus largas pazguatadas, con olor a pachulí de chico bien, sobre el legado de Ernesto Guevara y la validez de su ejemplo en medio de una Revolución, merece que le cierren la jeta con alicate, pero para no ser "estalinistas" lo mejor es ponerlo a mascar turrón de Alicante hasta que se le partan los dientes.
Pero no es de arqueología, ni de dulces el tema que me quita tiempo. Es del legado del Che. Un legado que respira, un legado que camina, un legado que analiza, una dama que "es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo" y esa dama tiene nombre y apellido: Aleida Guevara. Ya con eso es más que suficiente. Son muy pocos los revolucionarios que pueden legarle al mundo un hijo, una hija, que mantenga en alto la bandera por la que sufrieron, por la que murieron. Por eso, y sólo por eso, es que hemos querido ser como el Che. No en el arrojo en el campo de batalla, ni por la necesidad de hacerle oir al enemigo un tableteo de ametralladoras, los que sirvan para eso "avanti la pochonga"... Yo he querido ser como el Che padre, ese Che que dejo sembrada en sus hijos la semilla del comunismo y de su necesidad histórica. Y se va logrando, sin aspavientos. Sin rasgar vestiduras, sin golpes de pecho en plaza pública, sin tormenta de pasiones a lo Corín Tellado, sin dramas...
Del Che el ejemplo de dignidad. Del Che el ejemplo de honestidad. Del Che esas ganas de sentir todos los días el costillar del Rocinante. Y todo aquel que trate de quitarle brillo a esa luz, a esa guía, merece como mínimo el justo trato al contrarrevolucionario que ofrece este "inédito" (¡y como jode la inectitud!!) proceso bolivariano y pacífico -¡pero armado! que nadie se equivoque:
¡Dejarlos que se cocinen ellos solitos en sus putridos jugos de "intelectuales" burgueses!!!! Que echen pa'juera toda su mierda.
Reconózcanlos, que algo queda...
Manuel Brito