Cuando con platos y bombillos los ex-pasantes de la Juventud Comunista fundaron el Movimiento al Sifrinismo y vistieron de naranja rosaduzca a toda esa juventud rebelde sin causa (¡y sin efecto!) que habitaban en las urbanizaciones de las grandes urbes venezolanas (¡excepción sea hecha de mi amado Higuerote!), los que más se contentaron fueron los viejos adecos y copeyanos: los socialdemócratas. Se cumplía la palabra de los profetas: todas las cabras tiran para el monte. Y los berridos de estos muchachones termocefálicos eran de cabra. Tan chévere que se veían todos ellos dándole razón a mis enemigos de clase y a la propaganda anticomunista del Imperio en esa proposición sublime de darle "un rostro humano al socialismo". Siempre en la lógica impecable de que si mi abuela tuviese ruedas sería bicicleta.
Así pues, las cabras tiraron para el monte. La social-democracia no es más que eso: monte, gamelote. Una andanada de eufemismos, donde las conceptos pierden su valor, donde el idioma se deshilacha. Donde nadie llama a las cosas por su nombre y donde los gimnastas de la palabra llevan las de ganar, porque allí vence quien mejor engaña. Son gente aburrida, en extremo predecible. Sus principios reposan sobre rolineras bien aceitadas que les permite direccionarse a alta velocidad en la dirección en que sopla el viento. Y el viento sopla siempre en dirección del poder.
Ese tren del encanto que fue el Movimiento al Sifrinismo sirvió para que las cabras que mejor montaron su teatro de ser cabras díscolas, consiguieran tribuna dentro dentro del tinglado "democrático" que nos "legara" a sangre y fuego, y con la desinteresada ayuda del Departamento de Estado, el hijo prodigio de Guatire. Hoy esas mismas cabras (allende o aquende la talanquera) siguen pujando por la socialdemocracia como "el sistema más perfecto que se haya creado". Unos, ya desvestidos de ese ropaje apestoso de "progresistas" marchan "cara al sol" y por el medio de la calle en compañía de nuestros verdugos. Su objetivo único es destruir el proceso popular que ellos ni pudieron, ni quisieron empezar en los años 70 del siglo pasado.
Aquellos, que de este lado de la talanquera, cambian de tonalidad roja a naranja, a blanca, a verde y ahora a rojita con la facilidad de un conocido reptil, poco a poco irán mostrando sus ultravisibles costuras (para el que las quiera ver) a los perpicaces chiquillos, inocentones hijos del pueblo, que se dejan embaucar por social-demócratas que medio manejan el vocabulario de la teoría revolucionaria y que desde adentro intentan empujar el proceso revolucionario hacia el centro equilibradito, el centro pluralista, el centro aguaeyuca, el centro que puede co-existir con el sistema capitalista que tantas ventajas les representa.
¡Cigarrón atora!, que algo queda...
Manuel Brito