Tengo primos que gustan de las carnes de venado, lapa, cachicamo y trabajaron sólo para tener vacaciones largas que les permitiesen apartarse del burgo e irse al "monte y culebra" de cacería. Con ellos aprendí geografía de Venezuela, de la fauna y de la flora de mi patria chica, de las costumbres de mi gente. No basta ser venezolano, por nacimiento o por naturalización. Por más que se tongoneen no se ama lo que no se conoce. La sociedad de consumo hizo de la ternura algo menos que mocosa sensiblería y cursilería, como nos decía hace poco el buen abad que dábale arroz a la zorra.
Desayunaba y oía al presidente Chávez en quién sabe qué acto, de quién sabe qué cosa, en Guayana y cuando llego al saludo a las mujeres, supe de antemano que tenía como mínimo dos canciones en el repertorio. Y es así como se vive en mi patria y para la patria. En eso no hay antagonismo con Chávez. Cada región tiene su nombre, su música y su gente, y es deber del líder saber de eso, comprenderlo y hacerlo herramienta de trabajo revolucionario, v.g., de desalienación. Y es así como la identidad, y el orgullo de tenerla, es motivo de burlas en los predios de estos muchachones de aspiraciones burguesoides, amparados en títulos majunches, obtenidos con maña, jaladera y operaciones colchón (¿o no?) que componen el inoperante y numeroso grupo de profesionales majunches (allende o aquende la talanquera).
No me inclino por enviar a estos burgueses vivalapepa a jalar escardilla, o a pescar pavón en los ríos de la sabana, para que al menos produzcan lo que comen y cagan. Y los llamo burgueses porque, en teoría, son todos propietarios de sus medios de producción; de producción de mierda "intelectual". También estoy en total desacuerdo con "las morochas". Es una verdadera pérdida de energía cinética usar perdigones. Los compas del escuadrón de fusilamento deben usar pocas municiones. Apuntemos bien antes de que acaben con todo y todos en su empeño por hacer de la Revolución una democracia burguesa y mojigata.
¡Agarren a ese toro por el chorrito!!, que algo queda...
Manuel Brito